lunes, 17 de febrero de 2014

Gerardo Pennini

Imágenes planas organizadas

La cámara filma un paneo en picado desde las metopas del techo. Está bien disimulada. De cuando en cuando ejecuta algunos acercamientos hasta los gestos de los empleados, buscando sobre todo tomas de primer plano de los rostros.
Esto es nuevo, el asesoramiento para seguridad empresarial, aconseja vigilar las conversaciones, pero está terminantemente prohibido grabar las voces. Entonces ante las consultas de los abonados, la red intercambió información, se barajaron soluciones de un extremo a otro del continente o del planeta, quién sabe. La respuesta encontrada fue ésta, y ahora se pueden filmar los labios de las personas.
Clientes, visitantes, empleados. Todo se registra. Algunas quejas han aparecido en pantalla, firmas de otros países han sido acusadas de espionaje industrial. Bueno, en fin, estas acusaciones serán eternas. Siempre existieron, y ni  las cámaras ni las computadoras van a modificar el status  casi delictivo, donde todo el mundo se siente observado o se siente en falta.
De todas formas, hay diversas ofertas para suscribirse a las redes de asesoramiento legal, y hasta se dispone de sitios y salones donde debatir el posible espionaje, compartir experiencias, y acceder al mercado  libre en demanda  de los secretos obtenidos  por esta vía.
Todo está allí.
Todo.
Sin embargo,  los coordinadores están haciendo desaparecer los listados de suscriptores, en el correo se evitan  los remitentes, cualquier indicio de filiación. También algunos lobbys sufrieron demandas y juicios onerosos  respecto al contrabando de información.
      La cámara sigue eligiendo los protagonistas y los planos y encuadres. Lamentablemente, detrás de estos conflictos, allá arriba en el piso cuarenta y cuatro no hay ningún camarógrafo, ni un director, ni un despistado switcher. No hay nadie en el tiempo real. Cuatro veces al día aparece un empleado de seguridad para cambiar los discos de video y archivar bien ordenado el material fílmico.
En definitiva, que tampoco hay nadie en la cumbre de la pirámide de leyes, decretos, convenios y contratos. Los juicios tropiezan con problemas de jurisdicción. Hay gobiernos locales que no quieren legislar al respecto. Espacios  de vacío jurídico que dejan lugar a pequeños capitalistas y audaces mercaderes, círculos concéntricos y elípticos autónomos,  todos ellos lucran con esta situación de casi ilegalidad, esta zona poco clara.

       La cámara desde  su altura vuelve a recorrer los rostros, las manos, se estira como los labios de una... ¿qué bicho era?...una jirafa, para comer debajo de los recovecos de los escritorios. Recolecta imágenes oscuras a la pesca de posibles pequeños hurtos de los empleados. Uno de los mozos de seguridad también ha descubierto por casualidad una secuencia de fugaces gestos, roces, manos sobre alguna rodilla, un pie descalzo que sube a lo largo de una media de encaje o de la pernera de un pantalón. Estas brevísimas secuencias podrían venderse bien en el mercado de coleccionistas, hay un circuito silencioso, afable, adornado con sonrisas melosas, labios brillosos de humedad, ojillos velados, dedos temerosos en el telar de idas y vueltas de casetes relacionados con el sexo. Es invariable. Aún cuando no se trate de transacciones delictivas, cuando las imágenes capturadas sólo sean casuales, producto de una realidad cotidiana grotesca, la circulación de este material tiene mejor sabor por el aura de secreto con que se cubre, se cotiza en función de la apariencia de pecado que presenta. El valor es a menudo fijado por las ansias febriles de los observadores, individuales o por grupos, viciosos o no, adoradores en todo caso del hecho mismo de la complicidad en el escalofriante secreto de...simples atropellos de la vulgaridad.
 También los actos furtivos de los mozos de seguridad son espiados por la Agencia de Vigilancia que la Empresa ha contratado para controlar a los empleados de seguridad que trabajan para la Empresa que la contrató.
Ninguna cámara, sin embargo, podrá registrar imágenes como las que alimentan la espera de un par de empleados de la firma, ésos, los que ahora transitan por los pasillos cargados de bocetos y contenedores. Esas imágenes florecen sólo en sus fantasías, no se manifiestan, excepto...
            Ella es joven, y en una época se habría dicho que bonita, tan delgada, de figura ágil y alargada dentro del uniforme agenérico. Hoy no es un ejemplo femenino precisamente. Hoy, debido al avance de las reivindicaciones, ellas tienen derecho a ser iguales,  y el uniforme es precisamente eso más que nunca, un recurso para desaparecer las diferencias. Quizá por ello el ideal de belleza en estos días tiene muchos kilos más que en el siglo pasado, quizá sea necesario seguir buscándose una identidad entre las tendencias de la moda. Y ella es bien femenina, sí señor, para reconocerlo es suficiente con apreciar sus leves movimientos, su ondulación grácil y en cierta forma lánguida, como si aún llevara vestido de tela volando en torno a sus caderas.
Caramba, ese cuerpo la ha situado con las compañeras lesbianas en algunos diálogos que en un principio la sorprendieron,  con el tiempo ganaron en confianza y por suerte han sido siempre francos y amables. Un asedio que cualquier chica de otros tiempos hubiera deseado por parte de los muchachos, pero que ha perdido interés.
Y hablando de muchachos, el compañero viril que trabaja junto a la  joven delgada es también poco usual en este entorno.
Tiene el rostro melancólico, la mirada húmeda que hubiese  bastado para describir un carácter romántico y soñador. Por lo menos en las revistas electrónicas se leen infinidad de relatos, ilustrados y todo, cuyos protagonistas se ven de esta manera. Pero, contrariamente al modelo ideal el hombre joven es brusco, de voz ronca y emana una especie de violencia latente. Su único atractivo quizá esté en la mirada de los ojos oblicuos y en un cuerpo fibroso, duro y moreno. No cumple las normas de modelo de éxito. Si repasamos esta figura, está llena de garantías de soledad. La cámara ha grabado un inocultable entretejido de sutiles gestos, rapidísimos acercamientos, intencionadas miradas entre él y ella. O entre ella y él.
Los labios moviéndose, no intercambian los temidos mensajes de protesta o reclamo, ni tampoco los nada graciosos chistes de oficina con doble sentido. Son labios que echan al ambiente un no se sabe qué de sensualidad...de promesa. Por entretenerse, de puro aburrimiento, un mozo de seguridad descifró consignas esotéricas tales como: “Tesperopuduarroba...” o “Nosercheamos...”

“Afuera, es cierto, existe el miedo” había escrito la poetisa Alejandra Kurchan.

        Afuera, en torno a la pequeña ciudad, se desenrosca una escarpada serpiente rojiza desde la mañana hasta la puesta del sol. Las bardas, la arcilla, el silicato de aluminio de los jurásicos pantanos  ha tomado esta extraña forma. La ciudad era más grande y floreciente, pero la desaparición abrupta del petróleo también hizo desaparecer a sus parásitos. Y hoy, afuera, es el “día después”  tan anticipado en la ciencia ficción del siglo pasado. Es el día de hoy.
         Poco después del petróleo se fue acabando el agua potable. Las especies animales  ya habían emigrado hacia refugios protegidos cuando la crisis llegó al límite. Pero el hombre se quedó, especie poco representada pero resistente.  Largas marchas de figuras terrosas, amarronadas, envueltas en rudos ponchos se diseminaron y entrecruzaron en todas direcciones por la meseta patagónica. Hilos de hombres y mujeres tejiendo nuevamente ancestrales ratrilladas por el desierto, más desierto que antes. Con sus machis. Con los mitos del toqui, la piedra de fuego y los pillanes.
Desde el fondo de la historia, los mapuches, la “gente de la tierra” como se llaman a sí mismos, forman intrincadas urdimbres genealógicas retornando a lo que fuera su paisaje. Más de cien años marcharon incansablemente, primero a la ciudad, luego a la sede del Gobierno Central, reclamando lo que era suyo.
Ahora, hace apenas una generación, se lo han devuelto. Ahora es un paisaje ajeno, cortado por las líneas de alta tensión, forestado con miles de molinos generadores de energía.
En esta circunstancia la vida se fue haciendo más y más solitaria. En la ciudad confortable cada uno, al llegar a su departamento, buscará integrarse a los otros de la mejor forma posible. Ellos dos, los jóvenes, no.
Ellos intentaron compartir sus fantasías en algún profundo subsuelo, tercer o cuarto nivel debajo de la torre. Pero la fibra óptica y las pupilas de vigilancia destruyen el momento. Ella quería ser Safo. Los porteros, que son miles y miles en distintas metamorfosis, impiden los accesos de cualquier pertenencia que no sea estrictamente necesaria. Y para crear un ambiente propicio, el vestuario es imprescindible; se necesitan accesorios, velas y otras cosas.
Desde su computadora, u ordenador, o la PC, como sea que les llamen, centenares de desocupados buscarán comunicarse con sucedáneos de compañía. Es inútil  entonces tratar de erradicar la pornografía. Crece como hongos, esos molestos sombreritos que había cuando había humedad, y que hacían estornudar.
Los muchachos también  quisieron arriesgarse debajo de la cúpula que corona la extraña torre, allá en el remate del edificio de policarbonato. Una construcción rodeada de columnas dóricas, la cúpula de material verde imitando bronce. Ella opinó que es de un romanticismo ecléctico. El ha decidido que es de una estupidez típica de fin de siglo. Pero esos detalles no importan, el día de la aventura, él  estaba dispuesto a ser un pirata del siglo dieciocho, pero no pudo.
La empresa no prohíbe, no es su política. Luego del intento, todos, cada uno de los cientos de ordenanzas y telefonistas o recepcionistas, recibieron el uniforme de la firma. A partir del lunes, hubo cientos de Morganes, Kidds, Laffittes o Bloods trajinando por pasillos y ascensores, raudas apariciones coloridas cruzando hacia arriba y abajo, yendo y volviendo, trazando fugaces destellos sobre los objetivos de cristal.  Había cientos de piratas del siglo dieciocho, y ningún galeón.
        La joven delgada y el chico brusco ya no quieren compartir otra vez estas imágenes para ver cómo se herrumbran, no soportarían ver naufragar a los nenúfares. Ella, una vez en su casa entrará en una melancólica familia de poetas, dramaturgos; en fin, literatura  común, inofensiva, casi tonta, como le dirían si lo supieran en la oficina. Conoce escritores y escritoras, dialoga con algunos de ellos. No sabe si existen o no, en realidad no quiere saberlo.  En ocasiones busca fotografías de aquéllas que se conservan en los museos de Artes Virtuales, o películas  hechas por aficionados, y  le gusta acompañar todo esto con excelentes tragos de música.
El se irá a su departamento a ejercitarse con otros miles en las redes de gimnastas, hará nuevos ejercicios finlandeses, respiración con técnicas javanesas milenarias, buscará páginas que le hablen de leyendas y mitologías. Hará relajación contemplando imágenes virtuales de la pampa verde y llena de vacas rumiando forraje tranquilamente.
         
        La webcam se enciende exactamente a las dos mil cien horas de él y de ella. Allá, en la planicie extendida hasta el Polo Sur se arrastra el viento empolvado y frío como un cortejo de fantasmas rojizos, transparentes que mueven las aspas que despiden chispazos. Desde allí llegan a la ciudad los mapuches, apretando el poncho y ofreciendo tejidos que antes eran de lana de oveja y pelo de cabra pero que hoy vienen en las aviolenas del Servicio Social. Al pie de los transportes, en la planicie, se distribuye leche sintética, materia prima para los talleres de artesanías, pizarras electrónicas para la escuela en tiempo real que asiste a los  niños indígenas. Las Redes Sociales han aceptado el pedido. Las machis y los loncos  luego de varias asambleas, exigieron la entrega de leche, y el Gobierno local reemplaza la ya desaparecida de vaca por un producto sintético, y una vez en cada estación, las aviolenas, esos obsoletos vehículos burocráticos, se diseminan por el cielo de la meseta. En cada estación caerán varios de ellos, pero muchos llegan a destino.
En la ciudad es la calefacción la que los pone a cubierto, a él y a ella, cada uno en su departamento y crea la ilusión de hogar. En ambas habitaciones hay alfombras, un lujo que permitieron los ahorros y que imitan las verdaderas alfombras indígenas. Ella y él distribuyen cojines, almohadones de buen gusto. Encienden palillos perfumados...y se observan apenas apareciendo y desapareciendo en la pantalla, cada uno esperando capturar algo del otro. Se espían, se sorprenden, se muestran y se ocultan. Sin hablar, en silencio. Ella se cubre de tenues velos de colores pastel, hoy será Cleopatra. Hoy él será el “Uturunco”, el hombre-tigre de las leyendas andinas, con ropas coloridas y con un clima de bosque tropical,. Y se disfrutan mutuamente. Se gozan. Se comparten.
        La webcam transmite la imagen a millones de casas, habitaciones colectivas, chozas o yurtas hilvanadas en la red. Los jóvenes comienzan a practicar un rito secular . Poner la mesa, se llamaba. Despliegan manteles bordados, otro lujo impensable. Colocan platos de verdadera cerámica, alegres, decorados. Fuentes, bandejas, copas de cristal y cubiertos de metal brillante. La panera es de madera de cohihue tallada a mano por algún olvidado mapuche hace muchos años. Todo está dispuesto sobre este decorado para el silencio de la cósmica  platea.

Cada quien verá lo que esperaba ver. Olerá lo que esperaba oler. Escuchará lo que desea escuchar. Ellos regalan sus imágenes. Sirven lentamente, con pequeños ademanes precisos, hubiese dicho el poeta popular que ella lee. Una modesta variedad de cuidados manjares, cada uno a su tiempo, en bandejas y platillos variados, entrelazando vapores y tonalidades. Hasta se escancia vino, auténtico vino para todo el que quiera saborearlo. Vino griego, con especias. Vino tropical, con naranjas y ananá. Vino de invierno patagónico, calentado al fuego y espumoso.
O simplemente el vino bíblico de Noé por segunda vez. Por segunda oportunidad..
         Luego de largos minutos, tal vez una hora de pequeños juegos, apariciones y desapariciones, él y ella, ella y él, se enfrentan cabalmente a la red, a esta red nueva y vital que se desarrolla como un naciente ser vivo, y desde las pantallas sus labios se mueven lenta y claramente para millones de ansiedades,  y recitan en la yurta, en la choza, en los blocks, algo que han descubierto:
“Hola, yo te amo”
Afuera, es cierto, existe el miedo. Pero a pesar de él, miles de manos morenas y curtidas gesticulan, se rozan o entrelazan. Miles de ojos que brillan sobre las caras enrojecidas por el salitre se miran hasta el fondo. Y una catarata de cuchicheos respetuosos resuena como una creciente del Colorado:


“Mari mari, peñi” “Takuy fí”(*)

Significados de los términos mapuches

Metopas: artesonado
Machis : Curanderos mapuches
Toqui: Hacha del Lonco o “Cabeza” de tribu
Loncos : “Cabeza” de tribu, cacique
Switcher: Técnico que maneja varias cámaras a distancia
Pillanes: Duendes de la mitología mapuche(simplificación)
Aviolenas: Aparatos volantes del ¿futuro? Cuando escribí este cuento, todavía no se conocían los “Drones”
(*) Saludo en mapudugun sin traducción literal


1 comentario:

  1. Hermosas imágenes de un futuro inimaginable y que tú, sin embargo relatas. Será o no será, pero yo también creo que seguiremos siendo humanos mientras estemos sobre la tierra....

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