lunes, 17 de febrero de 2014

Carlos Arturo Trinelli

                                           

   Serie Mujercitas: 5.-  ADELINA


     Adelina logró ingresar en la escuela de hadas que regentea una tal Morgana. Adelina posee las cualidades necesarias y yo me alegré a pesar de que esos estudios, en  extremo rigurosos, nos separarán un tiempo. Tiempo que se presenta impredecible como todo tiempo. De todas maneras, espero confiado su regreso y utilizo el espacio de mi soledad en recordarla.
     El recuerdo es uno de los hechos más singulares del Universo dado que reverbera distinto en cada protagonista. Sucede que es como un sueño, un sueño que no produce la disociación del ser.
     Adelina siempre tuvo predisposición para el baile (un hada debe ser una excelente bailarina), resultaba imposible no mirarla. Su erotismo trascendía las miradas masculinas. Nunca fui su pareja de baile (los tipos duros no bailan) me complacía recibirla con un beso en los labios que era como besar el terciopelo de un pétalo. Su olor de polen en la brisa embriagaba los sentidos y el roce de sus cabellos era una caricia de la vida. Apoyar las manos sobre su cuerpo me acercaba al milagro de la creación y, si en un abrazo, desprendía la risa, sentía que la vida tenía un sentido.
     Una aspirante a hada debe ser una doncella y yo acepté la postergación de consumar nuestro Amor.
     Ahora aguardo con ansias el reencuentro. Sé que volverá reducida al tamaño de un palmo pero confío, confío en la magia del Amor. No en vano Adelina será un hada.


                                                    Serie Mujercitas: 6.-  ANETTE


     La mujer apareció de la nada. Una nada invernal acentuada por la noche. Ese paisaje desangelado era el ideal para pasear sueltos a mis dos perros doberman. Uno de ellos la descubrió cuando todavía era una sombra. La mujer se detuvo y le habló, me di cuenta porque el animal estiró el cuerpo en la clásica pose de la raza. Acorté distancia con el otro perro a mi lado y llamé al que la olfateaba con precaución. En un instante tuve a los dos a mi lado y la mujer avanzó hacia nosotros. Se detuvo y conservó para sí la sombra. No les tengo miedo, dijo con una voz fría como el clima y agregó, soy adiestradora. Dicho esto extendió una tarjeta que tardé en tomar. Los perros se desconcentraron y siguieron en lo suyo. Le conviene tenerlos entrenados más si los suele pasear sueltos. Yo, antes de esta recomendación, había hablado para pedirle disculpas por las olfateadas. Ella no me prestó atención y siguió su camino en la oscuridad de la que parecía formar parte. Antes de doblar en la esquina opuesta nos miró para lo cual no solo giró el cuello sino parte del torso e intuí se trataba de una mujer mayor.
     Los días siguieron su frecuencia indiferentes y con ellos nuestras vidas, las de los perros y yo. Llegó un sábado. El timbre sobresaltó mi lectura y la modorra asoleada de los perros. Era la adiestradora, Anette Carson según la mentira de la tarjeta que me había dado aquella noche. Salí al rellano  que me separaba de la reja del frente de la casa. Pensó lo que le dije la otra noche. Si de pensar se trata puedo asegurar no ser referencia. Dije que no me interesaba, que prefería a los perros así, naturales, solo perros. Anette no se dio por vencida, la primera clase es gratis. A la luz del día pude observar que la adiestradora poseía un físico rotundo y un porte que disimulaba los años. No le veía los ojos protegidos por gafas oscuras y espejadas que devolvían una imagen graciosa de mí. El cabello negro de Anette se empeñaba en cubrir una cicatriz que como una soga anudada partía del cuello hacia su cabeza y se convertía en un hilo que le subía por el pómulo hasta perderse en el cuero cabelludo. Sorprendido en la contemplación la mujer, Anette Carson, nos contó que adiestraba un oso en un circo y el animal como parte de un juego le había pegado un cachetazo. Me distraje junto a mis convicciones y dije que sí, que aceptábamos las clases.
     Anette regresó por la tarde. La hice pasar. Los perros se ensañaron en el olfateo del traje de cuero de la visitante y futura maestra. La mujer los acarició y desapareció la tensión generada por la novedad de una visita. Con voz pausada y esfuerzo en la modulación me (nos) explicó que para que el entrenamiento tuviera éxito, yo debía participar, es decir, debía ser entrenado junto a los canes. En cierta manera logré un alivio porque me preocupaba que maltratara a mis amigos.
     Pasó una semana y de nuevo fue sábado quedé sorprendido con los avances. Los perros aprendieron a respetarla y esperaban órdenes siempre atentos. Por mi parte, aprendí a servirla y satisfacer sus deseos incluso cuando me pone el collar y me obliga a deambular con los perros.


6 comentarios:

  1. aunque sigo extrañando ( y esperando) el bar, me parece muy bueno tu cambio de tema y estilo. rescato imágenes hermosas: " confío en la magia del amor" " modorra asoleada de los perros!!!. abrazo grande. susana zazzetti.

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  2. No la veo a Adelina, tan tenue para un encuentro con un hombre rudo.Es extraña que esta mujercita haya nacido del autor. Debe ser el resultado de un sueño de niño.
    Y Anette es toda una creación por la unión de diferentes fuerzas intangibles, donde la fantasía es más oscura, con alguno
    MARITA RAGOZZA

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  3. Uyy, no terminé el pensamiento. No me acuerdo, pero lo sigo ahora.
    Anette tiene algo también de la mitología germánica que me agrada tanto.
    Felicitaciones, Carlos, y saludos.
    MARITA RAGOZZA

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  4. Extraña la decisión de publicar estos dos cuentos juntos. Dos prototipos femeninos extremos y contradictorios. El hada promete un amor puro que podría ser materno y la "domadora" consuma las fantasías más oscuras del protagonista. Impecable la escritura como siempre.

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  5. Me encanta la narración, la foto. Trinelli nos permite abrir despacio un ventiluz para acercarse a las vivencias de sus personajes.

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  6. No, no es extraña la decisión de Arturo de publicar esos dos cuentos juntos. A él le encanta precisamente los extremos y las contradicciones. Y quiero agregar que Arturo ha definido un estilo , lo del bar alguna vez que lo marcó tanto pero él siempre está en búsqueda, y tal vez el hecho de ser un gran lector le permita extender así, de este modo, las extremidades de su palabra.
    Bravo amigo!

    Lily Chavez

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