miércoles, 10 de octubre de 2012

Marita Ragozza De Mandrini




UNAS BOTAS ROJAS




En la ruta se había producido un terrible choque entre una camioneta y un ómnibus de pasajeros, quebrándose éste en varias partes.
Mi profesión (y mi espíritu) de periodista me impulsaron a acercarme. Sucedían las imaginables escenas de pánico, nubes de polvo, gritos, llantos, búsquedas. . .
Mis compañeros y yo ofrecimos nuestros teléfonos móviles y, aunque aturdidos, queríamos ayudar, no atinábamos  por donde empezar ya que el hecho nos desbordaba.
Cuando aparecieron las primeras ambulancias, me llamó la atención que bajo la parte más larga en que se había dividido el micro por la colisión, cubiertas por hierros, piedras y objetos, se asomaban unas piernas de mujer con botas rojas.
Hasta el más lego podía deducir que estaban inertes .Lo mismo me acerqué, no tanto porque pensé que podría auxiliar, sino que me atraían por haberme provocado una asociación con  “El modelo rojo” de Magritte, cuadro que me acompaña desde hace mucho tiempo, ubicado  arriba de mi escritorio.
Esto fue unos segundos, y ya estando a su lado, salió toda ella de abajo del ómnibus, me tomó de la mano (creo) y sentí que un hilo fuerte e invisible me empujaba a seguirla. Se entremetió conmigo, sorteó vidrios, gomas, hierros, ropa, valijas, asientos rotos, sin ningún inconveniente, como si levitara. Quise concentrar mi vista en ella, pero se diluía o se esfumaba, cambiaba de color y se nublaba su contorno.
Llegamos donde se encontraba una niña pequeña que lloraba, a quien no se la escuchaba  por todos los ruidos reinantes.
La recibí en mis brazos casi sin darme cuenta y aún en medio de mi desorientación la entregué al  centro de asistencia médica que se había instalado por la emergencia.

Cuando salí de mi azoramiento miré atrás, adelante y a todos lados para  encontrar a la magnética mujer. No estaba a mi lado y no solamente esto, sino que en el mismo, exacto lugar, otra vez se distinguía su cuerpo   y  observé que sus piernas y las botas rojas que tanto me habían llamado la atención (y se habrían mantenido así desde el momento que las divisé, solo que ahora me percataba) se veían un poco rotas, a medio calzar, embarradas, descoloridas, como si nunca se hubieran  movido.
Cuando retorné a mi cotidianidad, la experiencia vivida no me llevó a la crónica, sino al silencio.
Entre la nómina de sobrevivientes encontré  a una niña de tres años, sola, cuyo acompañante, su mamá de 35 años de edad, la habían rescatado con mucho esfuerzo entre los escombros, habiendo muerto instantáneamente por el impacto.
En mi fascinación por el pincel de René Magritte que no pinta una visibilidad física, sino pensada, comprendí que lo invisible lo es por un estado insuficiente de percepción, y  lo misterioso no existe como lejanía impenetrable o esquiva, sino como región más allá del fulgor de la materia.
En las estadísticas de catástrofes los niños resisten  en condiciones que parecen imposibles, y el folklore tiene la creencia de  un ángel que los socorre.
Yo puedo decir que también tienen una madre vestida de ángel y con botas rojas. 

Marita Ragozza De Mandrini

4 comentarios:

  1. Me quedé pensando en la niña que sobrevive y la persona que la salva quizás por la esencia de la madre que guió la mano de la salvadora; es un cuento que atrae por las interpretaciones que la autora nos deja para nuestra imaginación.
    Bien descriptas las escenas, se ven al leerlas; qué satisfacción leer un relato tan logrado.
    Felicito a Marita
    Betty Badaui

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  2. Un relato impecable querida Marita! Es mas , me atrevería a decir un cuento con esbozos de ensayo filosófico .
    Un abrazo fuerte.

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  3. Un cuento fantástico escrito con solvencia literaria, un placer su lectura, saludos, Carlos Arturo Trinelli

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  4. disfruto del instante.
    entusiasmado porque aprendo al sentir motivada mi curiosidad, por el juego inteligente de quien sabe, puede y quiere.
    Marita creativa, perspicaz, talentosa
    Julio Taborda Vocos

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