sábado, 9 de junio de 2012

Enrique Lombardo



el profesor

         Nicanor Gómez, con las manos tomadas en la espalda, disfrutaba su paseo diario por la costanera. Era un día fresco, gris y destemplado, pero no abandonaba la rutina que lo conservaba  saludable. A sus setenta y cuatro años los consideraba un verdadero privilegio, tanto como a la lucidez y memoria que conservaba dejando de lado,  intencionadamente, algunos baches en los que caía con ciertos acontecimientos recientes. Prefería olvidarlos y solazarse con los recuerdos de su larga vida útil.

         La franqueza que tenía consigo le obligaba a aceptar que la actual existencia, si bien no era para él infecunda, no tenía la riqueza que supo darle hasta el último día de trabajo. Durante cuarenta años había sido profesor de Física y Química en un liceo. El establecimiento había sido creado en el siglo XIX y por sus aulas habían pasado personalidades destacadas, así como hombres cuyas trayectorias posteriores, proveyeron de lustre al renombrado colegio y a su cuerpo docente.
No obstante los cambios sociales, el progreso y la variedad de hechos y acontecimientos que mueven una sociedad hacia su evolución –o involución- afectaron los métodos, costumbres y reglas del viejo colegio, cuyas autoridades se vieron en la disyuntiva de actualizarse y ponerse al día o cerrar las puertas.
         Los nuevos programas de enseñanza, las técnicas adaptadas a los sistemas modernos de comunicación, los adelantos en las ciencias elementales y muchos otros procedimientos inevitables, justificaron la renovación del “staff” académico para continuar y progresar.
         El veterano educador no necesitaba que alguien le hiciera ver el panorama que se venía planteando. Solamente el buen sentido le mostraba la diferencia entre la argentina voz del nuevo profesor y la suya, que el tiempo y el uso habían cascado y enronquecido. También comparó la ropa de los nuevos docentes con su envejecida chaqueta y los zapatos sin brillo, así como la rapidez de movimientos de los jóvenes y la parsimonia de su propio andar.
         Era simplemente el contraste entre un amanecer y un ocaso.
         Antes de tener la oportunidad de dar el primer paso fue llamado a una reunión en el Aula Magna de todo el profesorado con autoridades de la rectoría y principales accionistas. En la misma reunión estaría presente el grupo de nuevos educadores.
         Iniciado el catedrático encuentro, el rector se refirió a la situación que enfrentaba el establecimiento, dramatizando las circunstancias ciertamente más allá de la realidad y soslayando los verdaderos motivos. Éstos eran –obviamente- de carácter financiero, ya que la vigencia de los nuevos métodos insumiría una elevada suma para inversiones en sistemas electrónicos y laboratorios, adecuación de varias instalaciones con  remodelado de salones e integración de profesionales actualizados en las nuevas materias. Con diplomacia, evitó referirse a la necesidad de renovación de docentes por otros más actualizados.
         Seguidamente hizo uso de la palabra, para reafirmar lo antedicho, uno de los principales accionistas -con seguridad el de la inversión más sustanciosa- quien fríamente expuso la contingencia haciendo una referencia inadecuada y despectiva hacia quienes –según dijo- imputaba la responsabilidad del atraso en los programas de enseñanzas, que habían llevado al colegio a su actual estado de decadencia e insolvencia, tanto como de la merma del número de alumnos.
Un murmullo de desaprobación se hizo notar en los oyentes y sobresaliendo entre esas disimuladas voces, se oyó claramente la del profesor Gómez, quien pidió el derecho a réplica. Una confusión se notó en el estrado principal, donde estaban las autoridades, que no habían previsto ni la posición del financista ni la expresión del profesor. No obstante el primero comunicó al Rector que no tenía inconveniente en escuchar lo que tuviere que decir, cualquiera de los presentes.
El profesor Gómez se puso de pie y en voz alta dijo:
     Señor, señoras, señores, como la mayoría de mis colegas he desempeñado mi profesorado durante los últimos cuarenta años poniendo al servicio del alumnado todos mis conocimientos. La prueba fehaciente de ello han sido los resultados de cada ciclo lectivo en los cuales -pueden ustedes constatarlo- han sido numerosísimos los egresados que demostraron su brillantez en las actividades a las que se dedicaron. La mayoría de los habitantes de nuestra Patria conoce, aparentemente mejor que alguno de los presentes, las capacidades de ciertos prohombres que egresaron de estas aulas, donde recibieron la instrucción de sus educadores que, bueno es destacarlo, actuaron con una modestia que es norma general en el ambiente. Sobradamente sabido resulta que esta noble tarea solo se ejerce basada en una vocación, que es ciega ante los cálculos utilitarios, como también que la mejor de las retribuciones consiste en los magníficos logros obtenidos. El metal solo persigue alcanzar una vida modesta. Tal vez, al final de este camino esperemos encontrar el premio de unos años de paz y respeto, pero de algunas palabras escuchadas debo deducir que no todo ha de ser así. Muchas gracias a la rectoría, por permitirme estas palabras.
El profesor tomó asiento, ante un silencio que fue quebrado por una persona que comenzó a aplaudir y que de inmediato se transformó en un cerrado aplauso general y comentarios, ya sin ocultar la adhesión a los dichos de éste.
Un momento después, alzó su abrigo y abandonó el recinto. Se dirigió a la rectoría, esperó la llegada del titular y le puso sobre el escritorio la nota de su dimisión, le dio la mano y se retiró. También en un gesto respetuoso y sin ruidos, al día siguiente  volvió al colegio y se dirigió al escritorio a retirar sus pocas cosas. Un celador se acercó a saludarlo y le pidió que lo acompañara un momento al patio. Conversando amigablemente se dirigieron al lugar y al abrir éste las dos enormes puertas, un formidable aplauso y el griterío de todos los alumnos allí reunidos lo recibieron junto al rector, que se había adelantado con los brazos abiertos, secundado por el cuerpo de profesores.
         Ese solo acontecimiento era suficiente cosecha, por todo el pasado. En ese momento habían desaparecido los sacrificios y los sinsabores de la larga trayectoria. El gesto de los alumnos, de los ahora ex colegas y de algunas autoridades presentes de aquel templo, demostraba que el sacerdocio ejercido allí, no había sido en vano.
        
Su paseo matinal, el aire puro, la melancolía de los buenos recuerdos, eran su nueva vida. Si aquella anterior estuvo destinada al servicio de los demás, ésta sería para él y los suyos y la viviría sin apuros.

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Jubilado de sus ocupaciones tomó el gusto a la escritura, que se circunscribe a cuentos cortos, con temas de humor y temas de la vida cotidiana. Ha  recibido varios premios. 2° Premio en Concurso Nacional de Tres de Febrero (Pcia de BsAs) recibido el 3 de diciembre de 2011. Narrativa,  y 2° Premio en Concurso Nacional  acordado por Veteranos De Guerra Y Familiares De Caidos En Malvinas, que recibió en Punta Alta (Pcia.  Bs.As) el 1° de abril     .  2012. Tiene editados cuatro libros de cuentos titulados "Cuentos De Humor" Y "Cuentos De Vida" (Año 2009)  Y "Cuentos Del Carancho"  Y "Cuentos De Vida, Amor Y Fantasía" (2011)


        

1 comentario:

  1. Muy lindo relato. Ese último aplauso era el rito necesario y merecido para poder entrar en otra etapa de la vida con su vocación de dar, o de darse en alto. Hay admiración y ternura. Me gustó
    Cristina Pailos

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