domingo, 23 de octubre de 2011

CINE: Las miserias de la supervivencia



Carlos Boyero 


La necesidad de descubrir nuevos lenguajes expresivos, un cine distinto hablando de realidades desconocidas para los occidentales, logra que los festivales se inventen y abusen de modas exóticas que siempre tienen fecha de caducidad. Ocurrió con el cine chino, con el tailandés, con el iraní y actualmente está disfrutando de tan golosa plataforma cultural todo lo que lleve señas de identidad coreanas y filipinas. Y sabes que durante varios años van a intentar venderte como arte extraordinario todo lo que exhiban de esa moda que pretenden imponerte, que los organizadores y programadores de esos culturalistas certámenes pierdan el sueño buscando incansablemente nuevos genios del cine oriental.
Al parecer, los asistentes a los festivales disfrutan interminablemente con el ritmo, el tono y la narrativa de esas películas, les dedican tesis, aseguran que estas contienen el único ozono en medio de la contaminación y la trivialidad que aqueja al cine convencional, o sea, el que consume mayoritariamente el embrutecido público occidental. Para mi desgracia, no suelo captar ese irresistible encanto, mi sensibilidad o la ausencia de ella conecta pocas veces con esos universos presuntamente fascinantes. Después de infinitas aunque nada memorables horas consumiendo cine oriental, alimento razonados prejuicios.
Pero como no soy absolutamente ciego, tonto y maniqueo, no he perdido la facultad y el placer de reconocer una gran película venga de donde venga. Es lo que sentí al ver en el último festival de Berlín Nader y Simin, una separación. Sensación renovada al revisarla fuera de los agobios de un festival. La dirige Asghar Farghadi, del que tuve grata noticia en su A propósito de Elly, dotada de un suspense notable y un conocimiento perturbador de la naturaleza humana.
En esta confirma esas apasionantes características narrando con pulso hitchcockiano (la trama y el lenguaje me hacen recordar Falso culpable) la inmersión de un hombre legal y esforzado en un infierno psicológico y judicial que le puede despojar de todo lo que valora. Farghadi describe modélicamente la angustia progresiva de un padre, hijo y marido ejemplar desde que su mujer le pide el divorcio por negarse a exiliarse de ese Irán presuntamente asfixiante en compañía de ella y de la hija común (eso supondría abandonar el cuidado de un padre anciano y enfermo de alzhéimer) hasta que la denuncia por agresión de una mujer embarazada que ha contratado para que le ayude en la casa y atienda al enfermo transforma la realidad en una pesadilla. Es un retrato sombrío y profundamente humano del acorralamiento y el miedo, del sentido de culpa y la mala conciencia, de la mentira y el chantaje moral, del despertar de las miserias cuando la supervivencia aprieta, la violencia subterránea en una sociedad atemorizada, en la que casi todo desprende mal rollo.
Farghadi te introduce con enorme talento, con matices, con tensión y complejidad en esa atmósfera angustiosa, no juzga a sus personajes sino que expone sus razones para actuar como actúan, te hace partícipe de su incertidumbre y su tormento, logra que todo sea creíble y perturbador, dirige admirablemente a los actores, incluida una niña tan adulta como extraordinaria. Es una película que te conmueve al verla, también al recordarla.


1 comentario:

  1. Por regla general las películas de directores iraníes son obras de arte silenciosas.

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