miércoles, 7 de septiembre de 2011

JORGE ENRIQUE RAMPONI


JORGE ENRIQUE RAMPONI

JORGE ENRIQUE RAMPONI (en  Geografía lírica argentina. Cuatro siglos de poesía XVII – XVIII – XIX – XX. de José Isaacson) . Buenos Aires, ediciones Corregidor, 2003.

   Jorge Enrique Ramponi ha elegido como tema de su libro esencial la infinita piedra cordillerana, e incorpora a la poesía argentina el paisaje andino de su Mendoza natal, en la que transcurrieron los setenta años de su vida.
   En un homenaje que se le tributó en su  ciudad, poco después de la aparición de su último libro que viera publicado, Los límites y el caos, dijimos: “Jorge Enrique Ramponi ha empinado su voz hasta las mayores alturas logradas en el ámbito de la poesía contemporánea. El silencio que lo ha rodeado ha sido el recinto más adecuado para percibir la profundidad y la insólita estatura de su lirismo. Desde 1942, fecha de aparición de Piedra infinita, los estudiosos comprometidos con la verdad del texto ya sabían que el nombre de Ramponi quedaría inseparablemente ligado a la cordillera que, a pesar de su dura indiferencia, fue la cálida matriz germinal de esos versos que conjugan el instante del hombre con la eternidad de la piedra”.    La poesía ha sido instrumento capaz de convertirlo en un minero privilegiado, pues no busca otro material que no sea el de los rostros ocultos y el de los perfiles imprecisos que es menester rescatar para reconocer la siempre escondida realidad.
                                                                                       José Isaacson

 Obra poética: Preludios líricos (1927); Colores de júbilo (1930); Pulso del clima (1932); Corazón terrestre (1935); Piedra infinita (1942); Los límites y el caos (1972).

 Jorge Enrique Ramponi nació en Mendoza el 21 de agosto de 1907, pasó su vida en su provincia escribiendo poemas hermosos donde el paisaje, los Andes, son el centro absoluto de su cosmovisión. Murió en su provincia en 1977.

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Sobre el poema de Jorge Ranponi:  Piedra Infinita

En enriquecedoras imágenes, el poema Piedra infinita muestra un “yo lírico” consustanciado en una unidad originaria con el mundo. El poeta  busca en la piedra   respuestas sobre el misterio de la existencia. La piedra milenaria se transforma así en oráculo privilegiado, en silencioso testigo tatuado por las “napas” del tiempo.

Rompí su cuerpo por ver su corazón: témpano sólo.
Vacié su vaso, arena muerta contenida.
Ella, lo eterno: yo lo efímero ardiente, la atropello a sangre y canto.
Lo sé: me mira hasta los huesos con mi lápida,
pero lloro sobre ella, porque algo suyo llora en mí su destino.

   Y es en el silencio de la piedra que el poeta oye su grito, grito desgarrador, que a modo de espejo, le refleja su propio destino.
Silencio no es silencio,
es el tremendo vítor de la piedra.

   El tiempo y  finitud  es el enigma a desentrañar. Pero el canto del poeta, al decir de Jaime Correas, en su estudio sobre Piedra infinita: “es el soporte moral del mundo”. El poeta atropella a la piedra a sangre y canto, y el silencio, el silencio “ es el canto de la piedra”.    
Canta, pequeño pastor de unos días y una sangre
sobre la tierra, nuestra heredera y nuestra herencia,
Canta, oh deudo, mientras vuelve a la heredad  la dádiva, gota a gota a su núcleo,
porque es honra del hombre libar lo que su oscura, última flor contiene,
así madura la equidad  del mundo, oh héroe del corazón cantando.
                                                  Ofelia Funes

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PIEDRA  INFINITA  (versión completa) de Jorge Enrique Ramponi


RAMPONI, JORGE ENRIQUE - Piedra Infinita.

Porque compacta sombra,
o soledad,
perpetua soledad a plomo,
témpano de silencio,
rígido limbo y piedra,
tienen la misma réplica, oh cóncavo nefasto, igual ecuación fría,
responden con un eco  de amargo símbolo en la sangre.

Tembloroso, sonámbulo, tornasol, taciturno,
aguzo el corazón, palpo la piedra:
frío gesto unitario,
fruto cumplido en ámbito ya duro,
tiempo cerrado, autónomo, infinito.
Secreto mar prende en su acantilado- laurel de herrumbre- alga cárdena.
La luz del mundo vela de tacto y ojos, ciñe de aureola su proeza,
oh, graduada de quilate inmóvil
y cetro lívido de esfinge.

Déjame que afronte su oráculo,
que escuche su vertiginoso silencio,
que libe su fatídico polen, su planetario acíbar,
negra abeja de lápidas en redes de tinieblas.

En el viento frontal que inunda lampos de páramo y olvido,
la carne siente su bisel de hueso,
esta premura misma de la sangre
es sólo fuga que se alcanza pronto.

Ampárame a reverbero, corazón, que arrostro el témpano infinito.
Los siglos le zumban en el núcleo a modo de un enjambre eterno.
No hay laberinto de más vértigo que el de su isla fría.


                            000


PIEDRA es piedra:
aleación de soledad, espacio y tiempo,
ya magnitud, inmemorial olvido.

El hombre quiere amar la piedra, su estruendo de piel áspera: lo rebate su sangre.
Pero algo suyo adora la perfección  inerte.

Hay durezas, caparazones, formas tristes, con agua o grumo vivo dentro.
Ella, sin brizna de entraña, mármol lleno de mármol.
Acaso algo terrible habitó su caracol profundo;
de esperar, siglo a siglo, la valva cerró por intemperie.
Caída al fondo de ese abismo palpable en sus márgenes de espanto,
árida espalda yerta, féretro de lo estéril,
ecuador de lo triste,
no es ni desdén: ignora redonda en su materia sorda,
íntegra nada nunca.

Geometría en rigor, sola en su límite,
ceñida cantidad, estricto espacio,
asignatura ciega, pieza hermética,
contrita y sin piedad, armada en temple,
cuadrada en su sostén, compacto término,
duro numen del número,
sin pórtico al sueño ni a la lágrima.
Si absorbe no incorpora, ajena al vello de los líquenes.
El fuego no es su dádiva, ardiente
secreto que el hombre le inventó buscándose.
Sentid: ni ruda música primaria,
cajón sordo, yunque seco, ataúd del sonido.


                           000


EL HOMBRE tiene ojo azul para la brizna,
tierno bisel, cándido escorzo al tornasol furtivo.

Puesto a pulsar la piedra,
- oh arpa negra de bruces,
desolada-,
fulge un iris nocturno por su sangre,
y un pavor de liturgia le consterna como párpado lóbrego,
ya su recinto huésped de lo aciago,
porque la honda bóveda canta, requerida canta, fiel, en eco puro.

Puesto ya a orar,
puesto a llorar orando,
tiembla de la inocencia que un fulgor le asiste,
como una melodía en el silencio que se dilata y la circunda,
oh víspera del ángel sabio de la celeste fábula,
cuyo palor revuela cenital como un águila de arpegio.

Qué latitud, entonces, del corazón, que zona dulce emerge,
-ráfagas de memoria y márgenes de olvido-
donde la piedra flota sin reverso en la luz,
diáfana pluma, copo azul de espacio.

Pero la bestia mineral embiste al sueño.
El frío aliento que sopla su célula,
su faro de hielo, su mano de escarcha, apaga mi aura pura.
La piedra pierde en mí su maroma de lágrimas.
Al fondo de sus ojos su puente ciego se derrumba,
rebota en el corazón su arquitectura aciaga,
y alza otra vez a fiel su flota
anclada a eterna dársena y silencio,
soldada fósil sobre su agua dura.

Bultos de azar y signo.
Torreones solemnes.
Ni terrestre, ni marina, ni natural, anónima península.
Un ácido de sueño vertical, infinito,
cae desde la piedra hasta la sangre.

Patria sin súbdito,
oh abrupta silenciosa,
monótona  profunda,
colectiva unitaria,
unánime infinita.

Qué viento alzó su remolino seco desterrado a escarpa,
que aún sopla en lo inmóvil,
meridiano de eternidad, eje del eje de la inercia.


                           000

A PIE DE PIEDRA baja la cascada compacta.
Islas y mar de piedra.

El ala de vorágine que abatió lo tremendo
esparció lo derruido:
oh pormenor luctuoso, oh múltiplo siniestro.

Vestíbulo del páramo.
Foro de túmulos,
teatro de sarcófagos,
estadio de héroes grises,
ateridas panoplias
sobre acéfalas mitras,
bruscas estatuas vueltas en un ébano absorto,
atrios trunco
y fábulas de logias y archipiélagos. 

Ni aún destruida la piedra revela su destino, su número nefasto.
El escombro hace pie, busca tutor, se hereda en su vestigio.
Cetro gris, pavoroso, intacto en el menhir, restaurado en el dolmen.

Derramada en segmentos,
repartida en posturas,
piedra sin amnistía,
siempreviva de muerte.
Concéntrica de edad, imbricada de tiempo:
qué apoteosis de espanto
glorifica sus aras.
Apócrifas guirnaldas trepan sus  catedrales,
interrumpen sus sótanos
pulpos de catacumbas.

Atajos de masacre
con un crimen remoto.

Formas de orden sin término
y fractura furiosa,
terrazas de agria escama
y arrecifes de herrumbre,
lívidos holocaustos,
goznes de acetileno,
escafandras de hollín y cobre púrpura.

Y  un espectro de eclipse
trasciende su emporio atroz de inercia,
la infinita clepsidra,
el siniestro carámbano.

No hay pavor en el polvo.
Ved la piedra inclemente,
ahincada en su talud,
empinada en su orgullo.
Su columna tremenda de esplendor lamentable,
efigie de rigor  sin nadie en su efemérides.

Un iris de altitud, un ojo múltiplo,
A pura , fría cólera, vigila vertical su amén perpetuo.


                            000

LA PIEDRA acosa al hombre,
lo asedian sus espectros,
por el reverso de la sangre suelta sus meteoros fríos,
en  campos de vigilia fulge su heráldica siniestra,
empuña su perfil de crimen, verdugo de los sueños.
De espaldas, entre lo opaco inútil por traslúcido,
el corazón en cruz por un sollozo,
despierto, náufrago fugitivo de una liturgia amarga,
desnudo hasta los huesos por su lívido lampo.

Oh lecho de cruel espejo estéril,
ras a ras de su intemperie seca,
-un cráneo bajo el cráneo, un fémur a lo largo de los fémures-
tálamo y catafalco,
en nupcias con mi propia forma blanca y yacente.


                       000


PIEDRA por piedra,
desierto sólido, áspero alcázar,
nudo macizo hasta lo negro,
piedra o enigma de lo abstracto
o realidad de mito puro,
olvido de Dios ya dios de olvido.

La piedra tiene un ídolo de edad perpetua.
El hombre siente cancelar su orgullo,
prosternar su sangre.
Un gran embudo frío sorbe desde el témpano.
Todo a su alrededor cae en el rito inmóvil.

Oh nombre de cábala que el corazón canta y escucha,
aldaba del oráculo,
incógnito en sus ecos por espectros de símbolos,
su ráfaga de enigma bate la sangre,
repercute diagonal en la frente:
tras el tumulto queda su versión del silencio.

Parapetada en su baluarte,
invicta en su reducto,
ancha y honda en su esfinge,
alrededor de sí sobre su piedra inerte,
apretada y henchida:
piedra en piedra de piedra.

Quien mira sus resquicios,
quien busca su consigna por los sueños,
promueve lo terrible, comete el holocausto de sus ángeles
invalida lo puro, asimila lo acerbo de su numen,
tras la dura pasión el infortunio brota en negras lianas,
porque el dolor bebe la forma de un dios amargo entre las sienes,
luego se llena de ébanos el corazón, la voz se llena de ébanos.


                              000

ENAJENADO, mártir del soplo hasta un nivel de enigma,
solo de la sola soledad consigo,
cuando restalla el rapto,
ese pavor de vítor en la frente,
-angustia vuelta fulgor, alta vigilia lúcida; -
oh atónico poseso
con su furia sagrada y su cólera ímproba de héroe,
mirando así, cantando,
sangre contra piedra,
hasta que el témpano se desvanece en humo,
hasta que el humo fatuo, de tornasol a tornasombra,
refracta un hombre que lo mira.

-Te conozco, oh el abstracto, en tu lento remolino de círculos,
me conoces, ausente, a quien pierdo mirándome, traslucido.
no enturbies tu cristal, detén el móvil prisma, tu mímica de niebla,
oh emparedado, espiándome por atajos de sombra,
asimilado a grietas y resaltes,
a un parpadeo huyéndome por galerías blancas como un limbo inocente.

Ten confianza en mi lealtad de tierra:
apacigua esa pátina en que escondes tu equívoca  vislumbre,
espejo como linfa pulsado por uñas como espinas,
guitarra del espectro que asoma en el fondo de su arcano,
tenebrosa cariátide que trasluce la forma en que pernocta.


Oh magnífico azogue:
la seca mina triste aflora en lo dentario,
en la veta del pómulo furtiva,
en el filón de nácar saledizo a las cuencas.

Tácito huésped,
rostro de faz abrupta prófuga en mi delirio,
remoto mi sereno pavor, hasta lo impávido:
te apoyaré la frente,
seco empeine transido por la tuya de hielo.

Mírame, blanco búho frontal, mírame con tu tiempo de máscara,
con los vanos creciendo un solo túnel,
cíclope-girasol con su cara de un ojo en éxtasis al limbo:
arrastra al corazón su torbellino impuro,
su frío aventa en seco la urdiembre de la pulpa,
delata el árbol óseo, los rígidos estambres.

Oh lira de los huesos llena de abejas tristes de la sangre,
la mano del arpegio se cierne hacia el tañido,
demora un aleteo confuso de presagio
su mariposa abierta recóndita en mi polen,
acá, donde gajo a gajo estalla orquídeas el delirio,
acá, donde el limbo devora una a una mis luciérnagas.  

                           000

CON la piedra en la frente,
el hombre cumple ciclos de soledad,
remonta una vejez inmóvil que no tiene cifra.
Donde su luz no alcanza,
el corazón oficia como un ciego lúcido:
tembloroso, sonámbulo,
a tientas entre signos que soplan un nombre de tiniebla.

Hasta la última soledad.
La que no se penetra a pesar de la acústica y el Cecilio,
Perpetua cúspide a sí misma inaccesible,
Cifra total que integra su infinito solo,
donde el acorde se realiza,
donde canta –lo escucho-
la piedra canta un solo de eternidad y silencio.


                           000

SILENCIO, o jeroglífico del límite,
como un rumor helado, viento fijo o incisa hiedra fría.
Oíd la piedra, ved el silencio: nombres de un pavor de lo mísero.
Sentid: cataratas de edad caen al mar de Siempre.

Se siente la alegría del astro, piedra en lámpara,
el júbilo del hielo, piedra diáfana en fuga.
Se ignora hasta dónde el signo de la piedra;
de tan honda, su clave desespera a la sangre.
La piedra queda abstracta en su cuerpo de piedra,
oh sólido de túnel.


                           000

A SANGRE y canto,
- todo bajo los ojos- busco su reverso,
hasta que el propio laberinto responda,
hasta que escuche su diapasón sepulto
-un opaco tornavoz me hace cóncavo-

Momia de facción gris y énfasis triste,
Incrustada en su nicho, inscripta en su apostura,
con su alfabeto seco entre los dientes,
parada en lo equilátero perpetuo.

Háblame,
piedra inviolable en tu unidad desnuda,
o a lampos de mi canto alumbraré tu cripta sin alvéolos,
para serte más fiel tendré tu propia estirpe.

Mi corazón sin párpados, sin cancel ni frontera,
vuelto a un tiempo sin tiempo ni tiempo,
arrostra su fija velocidad tenaz o vértigo unitario,
-veloz color neutral ya color incoloro-
ardiente suma de la girándula infinita.

Medio a medio del corazón ese iris de parálisis,
mirándome a trasluz, sin ver mi brizna,
-oh mansalva fatal, ineludible-
por  alquimia maléfica, de imán y de rechazo,
vuelve prieto cristal mi centro puro;
con un liquen de hierro entre las vértebras
de adentro a fuera crezco,
todo un álgido hueso en márgenes de mármol.

Oh mi numen carnal, oh mi tutor terrestre:
estoy en la propia piedra perpetrada en mi sangre,
dado de un yermo clima rígido, penitente, mártir en lo inmóvil,
me quema la intemperie infinita, lo irredimible estéril;
albérgame en tu caracol o reverbero,
ampárame:
la lengua no puede al corazón, piedra de llanto…

(Oh atónita memoria, dura fatalidad que no dispone,
altitud arrecida, lejanísima fábula.
Son olvidos de estepa por la sangre,
pausas que adelantan negras escarchas de maciza muerte,
sueño que asimila tiempo y silencio en su cantera sorda,
ya con bordes de cálculo,
el corazón cautivo yerto en su propia urna).

Sobrevivo, naufrago de lo imperecedero,
rescatado a lo inerte, absuelto de lo árido.
El ángel acérrimo que detuvo la víspera
Socorre aún al corazón sacrílego.

Recién salido del eclipse,
con el lastre de una cauda lúgubre,
sensible del vástago nocturno, la tenebrosa anémona del limbo,
canta otra vez la sangre en mis acantilados,
oh trémulo mar entre las propias valvas.

Pesa y abruma al hombre, deudo suyo, la piedra;
demuda al corazón satélite el poderoso ídolo,
inaferrable como incorpóreo en lo compacto.

Oh confinada  sin confín en su símbolo,
inaccesible, insólita,
ensimismada, intemporal, vetusta;
estatua bárbara de esfinge consigo,
o ciprés mineral, compacta mímica,
hasta que la tierra, ya  zalazar, azufre de ceniza,
cierre al cabo su párpado.

Oh pétrea empedernida,
séquito de volúmenes,
orbitas de abismos
sujetas por su estatua.


                           000

HO PASTOR del mineral sin misericordia,
duro dios de intemperie.
Verdugo en forma de ciega luz, cenital espectro de canícula,
como simún continuo, palio tórrido colgado de la atmósfera,
deshoja cataratas de sal, vientos de seca luz,
desencadena su ácido,
reverbera su iridio,
aventa, precipita su torrencial enigma.

Paisaje de la sed.
Sed en piedras de sed.
Cenizas en esponjas prietas,
en retortuños ávidos de escoria.
Piedra oriunda de fuego:
oh abrupta música que la violenta inercia baila dura en el páramo,
hasta el confín su séquito inmóvil en éxodo de sed.

Sed espacial, cerrada en límites,
ensimismada en cólera compacta.
Improperios de piedra;
torsos de pedernal a látigos de sed,
escorzos góticos,
penitentes, esclavos, sedientos,
más allá de su sed empedernida.

La materia segrega sustancia de suplicio,
raros niveles de mártir.

Amarillo eslabón,
garras de sed a sed
Sed sulfúrea en el aires con fábulas, cilicio de los ojos.

Cavernas donde ofició el furor, diurno el antro, sin bóveda.
Rudos ídolos tallados en el monstruo, ecuestres en su bestia.
Deidad horrible de la sed con pico en sus vísceras;
gargantas como cráter obtusas por un cardo de sed,
clavado en la tráquea el estertor, el ascua e gárgara,
visible los crótalos de asfixia.

El corazón sorbe un sollozo en sangre
como un cáliz de bilis y de herrumbre.

Oh piedra talar
torturada hasta efundir espíritu;
insepulta en su cruz,
con un desdén de héroe ascendiendo a cristal, a mito sobre el tiempo:
sueña, sueña una corola fúlgida,
un infinito lirio inmarcesible.
Nadie conoce los pensamientos de la tierra;
el corazón sueña un granate con un ámbar dentro:
la sangre encandecida con un iris celeste en su carbúnculo.


                           000

OH SOLEDAD redonda de piedra y hombre solos,
amarga flor de mineral y sangre que el canto rudo cimbra.

Cuando lo misterioso pide un tenor ardiente
y dilata mi acústica,
cóncavo de esa lenta sed continua hasta los huesos,
oh caracoles ávidos,
oigo crecer la piedra por su mar profundo,
escucho el coro de los cráteres, su estertóreo silencio.

Entonces, la piedra rezuma un halo
capaz de amarga herencia, un dios fulmíneo;
intimida su voluntad de ser, desesperada,
busca su tiempo tórrido en mi sangre,
me incorpora a su séquito:  
un élitro subterráneo por un mugrón o túnel
estalla en mi corazón su alarido.

Silencio no es silencio,
es el tremendo vítor de la piedra.
Remonta de un golpe su clausura horrible,
su fauna mineral, remoto árbol de estatuas.

Girasol planetario meridiano en el trópico,
la aventura terrestre con su olor a vorágine,
n pizarras glaciares aun el tropel e tránsito,
oh tiempo inaccesible en su cuadrante fijo.
Decid: hueso del infinito relámpago,
trueno de eternidad y de silencio.

Un día siempre diurno,
vertiginosa cuenca en sombra,
eco de la altitud, su dimensión vacía,
cuño y espejo del estruendo sólido.

Sima y cima  se abisman en reflejos
devueltas en su imagen,
doble Narciso atónito en la mente
sobre un viso de fábula.

Pero la sangre escucha bajo las bóvedas del Tiempo;
percibe un extraño silencio como aureola de mito o estupor  de hazaña,
un agudo sigilo que reverbera en su tenaz alerta.

El duelo retumba inmóvil en la frente,
sobre el cenit del sueño,
cambiante zodíaco del canto

Desnudo dios en el broquel del ímpetu,
celada potencia de la sombra,
se afrontan, se repelen, -rayo y tiniebla intactos-
a filo de vigilia, balanza de pavor, mutuo espejo de vértigos.
Fiel de imán y de rechazo
por el ojo de un pulso, oh brizna de luciérnaga,
el corazón se apaga, parpadea la sangre.
Atropellan el sueño, trastornan los biseles del canto,
sólidos de vacíos y vacíos de sólidos:
cóncavos terribles hasta el cielo,
cúspides hasta el fondo de la tierra:
tremendo poliedro de luz y sombra,
de alvéolos y bloques a tumbos por la frente.


                           000

OH  BLINDADA por su estéril silencio,
por su color inerte,
por su ceñida integridad violenta,
por la luz que calza a filo escueto su tumulto.
Selva de un árbol solo su cantera furiosa,
río de un agua rígido torrente,
huracán de una eterna racha en bloque,
temporal intemporal, cuajada la cólera en el antro.

En la sombra la piedra se desborda,
irrumpe de sus cauces lo múltiple hacia el canto.

El mar mece su rumor, la piedra bate su silencio.
Un eco sonámbulo canta en el odeón enardecido.
El océano abrupto agita sus altas márgenes,
remueve sus cimientos sin resquicio en su dique.

Oh corazón,
que andas en caracol o casa de misterio:
se establece en lo cóncavo –otra vez- esa campana como abeja tonal que desde siempre
                                               /zumba,
hondo tambor a parches de silencio tenso hasta adquirir sonido,
por laderas de acústica de eco en eco su diafragma.

Un péndulo insomne en su cántaro
inundado de piedra por la piedra,
crece del corazón hasta los bordes;
su voluntad impera desde el núcleo.

El somatén pasa pulsando los  cabellos,
oh arpas del espanto,
se lo escucha con los poros redondos,
destemplados los huesos, amarilla la sangre,
el corazón ausente como un ídolo.

De pronto, campanarios sepultos,
En un viento sin ráfaga se citan en los astros brizados por la noche.

Héroe ecuestre en tu sangre:
corta los duros grillos terrestres, apacigua tu canto, arrodilla la grímpola del húsar.

La noche se reviste de un tiempo solitario,
toda la red de estrellas tiembla entre sus maromas.
La piedra sube en niebla de música a los astros;
las estrellas ya tañen, vueltas blancas campanas.
La noche tiende un arco total sobre la vida,
Sombra el hombre y la piedra.

Oh, corazón astrólogo:
todo sucede allá, detrás del mundo.


                           000

PIEDRA arriba
pavorosos afluentes van repatriando  fósiles por el nativo estuario.
Grandes grupas leonadas convergen, empalman sus macizos galopes, filo a torso,
repechan su oleaje,
en oblicuos torrentes al sur buscan su océano.
Sordos gajos quedan anclados en lo cúbico,
eslabones de bruces, sílabas de granito,
amargos decúbitos de espanto.

Trópico de la piedra.
Tribus de color parvo y abandono,
tribus de potestad desamparada,
vaciadas a horma ciega y alma entera,
claman a fortaleza y deterioro,
en macizos de sed de plomo y lápidas,
a penitencia fiel y escama fría.

Trabaja avaro el tiempo:
por etapas de piedra se acumula y decanta,
transpira un licor que abreva el mármol,
se ensimisma hacia un temple que embalse lo infinito.

Talados por la furia paulatina,
laterales escombros derivan a la huesa;
represan el osario rachas de piedra intermitentes;
artistas del glaciar remoto
-visibles los arreos de ira, las insignias del trueno-
interponen sus islas, náufragas en lentas fosas grises.

La resaca aun declina tuberosas estériles, residuo mineral, estiércol ácido.
Piedras de hueso verde revenido en las caries,
rotas cápsulas negras que desovan su geológico polen,
un plumaje de anteras en vilanos que devora el decurso.

Paneles de un pavor liso hasta el cielo
suben a tomar Dios y no responden.

Anécdotas tortuosas de cinabrio sesgan en río el mapa de lo sólido.
Alguna cicatriz de azafrán desplaza su armadura;
le florecen granadas de intemperie y estigma.

Continente  rebelde contenido,
viaja a la eternidad por vínculo de espanto.
Vino desde tan lejos que está desde el estrato y persevera.

Es tanto su antes que hace olor a limbo.
De coraza a carozo duro páramo muerto,
desde sótano a cresta piedra todo.

Pensad en su desencadenada tromba seca,
pensad en paquidermos de piedra, fauna de lastre a tumbos de bloque,
a pezuñas de ancla sobre el mundo.
Su estrépito se percibe por réplica, se anticipa en silencio,
o en forma de receso de catástrofe.


                           000

CORAZÓN de la piedra que no llora ni pregunta nunca,
torrado en soledad,
en su amarga vertiente de silencio,
penitente sin rodillas ni sangre
como esclavo girasol aborigen.

Oh satélite ciego del tiempo perpetuo.
Un meridiano estéril, desde el polo del ídolo,
propaga su terrible fase de escarcha,
imanta su destello verdugo.

La sangre apura su vejamen,
consuela su burbuja herida en el párpado,
se arrulla entre sus propias efímeras de fiebre y polvo.

Y cantaría de amor, aún, hasta arrullar el sílice,
hasta que cambie al menos la forma del suplicio.
Nivel a pulso suyo la piedra en hondo vuelo ardiente,
a oscuro rigor de alas de sangre, el canto.


                           000

NO HAY  equidad corpórea,
hombre de pobre tierra alzada en alarido.
Nadie alcanza la piedra.
Nadie vuelve su núcleo pulpa viva.
No la toca una vara de llanto caída en la intemperie.
Nadie conoce el sésamo ardiente que abra el témpano.

Pero el agua distribuye su magia.
Rápidos cubiletes vuelcan su azar perenne,
números bailarines por declives de danza hasta lo innúmero,
súbitos sortilegios encinta  de primicias.

Juego de hembras,
fugaces biseles de muchachas,
el augurio de carnales magnolias siempre en fase de vísperas,
la promesa de ebrias lunas de nalgas, a la deriva por rápido menguante.

Suelta, otra vez los pétalos confluyen,
estallan las barajas de escama,
alguna catedral de estalactitas
por el remo del sol, sólo luciérnagas.

Oh poliedro flagrante,
agua plural, furtiva, espectro de lo súbito.
Árboles sueltos, bosques libres huyen,
árganas de corimbos a deriva.

Tarambanas del agua,
del brazo las argollas de verbena,
rondan la piedra adusta,
le azuzan sus pléyades,
frustran su discurso de golas.
Versátiles medusas, chorreando su escarola marina,
oh benignas gorgonas vueltas gárgolas,
llaman la piedra como s un duro afluente
con sus flautas de sal y su tambor de yodo.

Y han de jugar acaso hasta absolver la piedra,
hasta que le brote una flor, un fértil corazón adentro,
un chorro de orgullo, una pluma de esmirna,
cuya criatura le cueste vivir
y morirse.


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PIEDRA o vanidad del tiempo que a  sí se erige dólmenes.
Máscara turbia de una fábula lenta que perdura en su mímica.
Ignora las primaveras, las danzas del árbol y la sangre,
sus  destellos y ruinas,
témpano sin temperatura.
Accede en su color a declina en su orgullo
sólo por la gran constancia unitaria.

La tierra cargada de su plomo triste
gira para un azar de siglos y girándulas.
Quisiera sacudir su estorbo duro,
como un tumor o lacra,
áspera cuña que interrumpe la dulzura terrestre.


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EL HOMBRE  canta y llora a crispación de vida y muerte,
hasta cimbrar su corazón en su pedúnculo,
 vasallo de un dios triste, anónimo en su fuerza,
a quien no  importan vísceras ni canciones, ni sueños.
Porque no  vale caracol,
el surtidor del canto,
la dulce criatura, el  bello animal nuestro que da sangre.
Ni el mineral o fósil o lingote calcáreo,
aglomerado infame, tirado a eternidad sobre su muerte,
si aún lo definitivo es sólo tránsito infinito.

(Ah, las letras de la sangre cercada de gusanos,
palabras de la entraña cuyo panal devoran,
voces que el duro rapto erige
y el canto, ciego, palpa temblándole las yemas,
con la lengua pegada en qué sabor a póstuma cicuta.
El polen de la vida tiembla en los estambres de los huesos,
trepa una larva fría sobre el lóbulo,
desde las turbias napas crece un légamo horrible,
el pésame que hereda la sangre réproba de las sangres
otra vez toma forma de callado alarido).


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VED LA piedra en su código:
materia que solo sabe dormir, dormir, párpado a plomo,
esclava en su postura,
deriva en soledad de limbo a limbo.
Acuñada en su edad, ajena al tiempo, antepasado suyo que ella niega,
ya nadie sabe de su vástago lejano.

Rompí su cuerpo por ver su corazón: témpano sólo.
Vacié su vaso, arena muerta contenida.
Ella, lo eterno; yo, lo efímero ardiente, la atropello a sangre y canto.
Lo sé: me mira hasta los huesos con mi lápida,
Pero lloro sobre ella, porque algo suyo llora en mí su destino.


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HOMBRE  beodo de piedra, de su vino de lápidas,
de su tufo de templo, de sagrado patíbulo,
convalece y escucha:
un élitro estival clama en tu pámpano,
oh alma que aun habitas un cuerpo,
que aun hospeda su sangre,
que aun exige su liturgia terrestre.

Bulle en el corazón un encendido enjambre, un venero de tórridas burbujas;
criaturas de un latido asumen su vigilia en el tallo de un pulso;
se heredan y suceden llamas de un leve pétalo votivo,
como abejas de fuego entre voraces párpados
que inflaman su faceta púrpura y se retiran:
se percibe el humo de la vida que extinguen sus luciérnagas.

Canta, pequeño pastor de unos días y una sangre
sobre la tierra, nuestra heredera y nuestra herencia,
canta, oh deudo, mientras vuelve a la heredad la dádiva, gota a gota a su núcleo,
porque es honra del hombre libar lo que su oscura, última flor contiene,
así madura la equidad del mundo, oh héroe del corazón cantando. ºººº









3 comentarios:

  1. Prodigio de poema.Los versos deslumbran, se apoya el dureza de la piedra para perfilar su levedad.
    Parece que la cordillera , marca a los poetas. Da vida al mineral. Nos enfrenta con nuestra propia greda.
    Bello , muy bello , gracias.
    amelia

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  2. Mi primer tropiezo con su letra y su dureza blanda ya llena mis rincones. En su mundo la piedra es todo/ es el corazón y el quid de su plegaria.
    Una belleza de poema que refleja la belleza del alma del autor.

    Celmiro

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  3. Plenitud absoluta en la esencia de ser más profundo. Un poeta enorme!
    Susana Macció

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